miércoles, 10 de febrero de 2016

La ciudad de Chiang Mai

Es exactamente lo que quería encontrar. Desde que bajé del avión ya estaba encantado.  La actitud de la gente mucho más simpática y sonriente que en el sur.
No había reservado hotel.  Estaba todo lleno por el festival de las flores y el fin de año chino.  Me preocupé.  Pregunto en 3 hoteles y nada.  Al 4 habitación con vistas 300 baths. 
No podía parar de caminar.  Quería verlo todo.  La ciudad de los 300 templos.  Quería verlos.  Me hice una ruta y más o menos la fui cumpliendo.  Me dejé sorprender y perderme.  Pero cumplí todos mis objetivos.  Los templos más grandes.  El museo de historia,  de arte... reventado. Pero la motivación de la belleza budista y los tes fríos y batidos de fruta de los puestos callejeros me mantuvieron activo. Alegre de haber venido. 
Hay templos por todo el país pero esta ciudad es la más espiritual.  En sus templos no te da la impresión de que sea la semana asiática del corte inglés.  Aquí ves los monjes trabajar en sus templos y rezar.  Ves el respeto de todos. Como oran.  Se crea una atmósfera que te embarga.  La luz.  Los olores de las flores , el incienso. De repente me sorprendí a mi mismo con los ojos vidriosos y la piel de gallina. 
Un monje me quiso bendecir y me regaló unas pulseras de la suerte.  (Lo que me dijo me lo quedo para mi) y después me explicó que por respeto tenia que tocar 3 veces al gong gigante de la puerta del templo.  Me moría de ganas de hacerlo.  No me lo pensé.  Agarré el martillo gigante envuelto en telas. Como pesaba.  Golpee 3 veces con fuerza.  Sus vibraciones recorrieron todo mi cuerpo.  No pude evitar empezar a soltar lágrimas.  Me fui a escape, no quería que me vieran así. 
El día avanzaba.  La luz caía y se hacía más mágica.  Los reflejos de la decoración.  Sus sombras.  Mágico. 
Hasta los turistas de aquí son diferentes.  Respetuosos.  Amables.  Interesantes.  Aquí hay un viajero con más curiosidad.  Más viajero.
Chaing Mai me enamoró. 
Sus artesanías. Sus ropas.  Sus mercados.  Y yo sin parar de caminar.  Quería beberme la ciudad de un solo trago.  Si paraba de andar creía que se me escaparía algo. 
Más monjes.  Más turistas.  Un tuctuc paró en seco y le pregunto a un monje si le llevaba.  Su túnica era muy oscura.  No el naranja de los demás.  Dijo que no.  El conductor insistió muy cortésmente.  El monje mayor subió con cuidado y desaparecieron al final de la calle.
Al atardecer se pusieron a rezar.  Se cerró al público y el sonido repetitivo de sus rezos inundó el anochecer. 

Me ha quedado un poco cursi lo se pero es que lo flipe mucho y más por el contraste con Phuket que era de donde venia 

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